Calar más hondo 

(Ensayo publicado en la revista “La zarpa del mono”.

 

“Tu cuerpo desnudo debería pertenecer solo

a aquel que se enamore de tu alma desnuda”,

le aconsejó Charles Chaplin a su hija Geraldine.

 

 

Annie Ernaux desnuda su alma en Pura Pasión. El libro empieza con  la escena de una película porno, y después remata : “Me ha parecido que la escritura debería tender a eso, a esta impresión que provoca la escena del acto sexual, a esta angustia y a este estupor, a una suspensión del juicio moral”. Mientras leemos a Ernaux pasa eso: quedamos conmovidos porque nos cala hondo en un lugar recóndito de nosotros. Suspendemos el juicio moral porque nos impresiona reconocernos en ese punto  tan íntimo.

Siempre me mantuve lejos de todo tipo de literatura del yo. En más de diez años durante los cuales impartí 4 talleres de lectura mensuales, me enfoqué en  distinguir el narrador o la narradora del autor o la autora. Y sin embargo aquí vengo a recomendarles, –con fervor–, a la francesa, premio Nobel 2022, Annie Ernaux, ícono de autoreferencialidad. En reportajes ella dice que no hace autoficción porque no hace ficción, en su trabajo no inventa nada en absoluto. ¿Qué hace? Expone su mente, su corazón y su alma frente a los lectores, y se coloca como un caso, un ejemplo o modelo de ser humano. Con inmensa capacidad de observación y con frases cortas, secas, aparentemente simples, hunde una aguja en una parte blanda y honda de nosotros.

Para conocerla, recomiendo empezar con Pura pasión. Es un texto de menos de ochenta páginas, casi sin trama, sobre una relación sexual que tuvo la narradora con un hombre llamado A. De él, solo sabemos que es extranjero en Francia y que en el momento del breve affaire estaba casado. La narradora es divorciada y no tiene nombre porque el juego que propone Ernaux consiste en desdibujar la separación entre narradora y autora durante el tiempo que vive esta obsesión erótica. Dice: yo no era más que tiempo pasando a través de mí. Ella estaba en Babia, como anestesiada, solo pensaba en el deseo que sentía por él. En el tren, en el subte, en el supermercado, ese hombre (o el cuerpo de ese hombre) estaba hundido en su mente. La narradora no oía otra cosa que las palabras sensuales de A, por ejemplo, cuando le pedía acariciame el sexo con la boca. El impudor y la honestidad en la organización de las frases nos pega una cachetada porque, justamente, no hay intermediación de un personaje; es ella misma la que se desnuda frente a nosotros. El efecto que produce la escritura está vinculado al de presenciar un acto sexual; somos voyeurs, nos corta la respiración. Y sí, suspendemos el juicio porque logra que nos reconozcamos en esa honestidad compartida.

Las frases cortas y poéticas describen sensaciones. De repente, se acoplan con una reflexión puntual sobre un dato que advierte en la realidad, por ejemplo, que la revista Técnicas del amor físico lleva vendidos 700.000 ejemplares. De este modo, la narradora nos muestra que no se siente sola en su atracción por el sexo al mismo tiempo que el detalle le suma verosimilitud: sentimos que lo que cuenta está cerca  de nosotros como espectadores. Otra reflexión puntual es la mención de sus hijos, –a quienes no les devela este affaire–. El hecho de compartir la tenencia con el padre facilita la relación. Este punto refuerza el estado de enajenamiento presencia/ausencia que le provoca la intimidad con ese hombre.

Aunque no hayamos vivido una obsesión parecida, empatizamos completamente con ella. En el idioma original, el francés, el efecto empático  aumenta por el uso del pronombre personal “on”, como sujeto que realiza la acción. Se conjuga con la tercera persona del singular pero es plural, posibilidad del lenguaje que no existe en castellano. De esta manera, se universaliza lo que narra como algo común entre los seres humanos. (Más bien entre las mujeres: el yo es un “nosotras”).

El texto tiene notas a pie de página y aclaraciones por fuera del discurso, que le dan un toque ensayístico. En este sentido podemos pensar en los essai/ensayos de su compatriota del siglo XVI, Michel de Montaigne, inventor del género; una narración del yo como prueba, tanteo, esbozo. Montaigne sopesaba sus ideas y sus creencias con honestidad, que es lo que más nos sacude de un texto en el que nos habla el autor. O sino de diario íntimo, en el que ella también se ve a sí misma. Así, toda la obra de Annie Ernaux coloca distintos aspectos de su vida bajo la lupa de un microscopio: hija de padres incultos que se preocuparon por la educación de su hija y su consecuente “defección” de clase; la experiencia de un aborto; chica alegre que se transforma en esposa resentida; incluso, el café-almacén de sus padres ilustrado como si fuera el edén de su infancia, un lugar del puro chisme (¡es decir, literatura local de boca en boca!).

Casi todos nos adaptamos a las realidades de la vida, acumulamos desilusiones y anestesiamos sueños. En cambio Ernaux recuerda y documenta esas pérdidas. Y en el resto de su obra (que no voy a resumir aquí), tiene la gran habilidad de afilar, con un estilo punzante de candidez, su experiencia común y corriente de clase y de género y logra una especie de radiografía del alma occidental de fines del siglo XX. Ella dijo en una entrevista: “No creo que los sentimientos, experiencias y encuentros que me pasan a mí son interesantes porque me pasan a mí. Más bien son cosas que le pasan a una persona, que resulta que soy yo”. Y esa persona es una mujer y desde esa perspectiva nos muestra como pierde, ruega, espera. Sobre todo, espera. Y la fuerza está en que transmite como esa mujer siente esa espera, atiende la herida, y la lame.

Hoy en día, que todo gira alrededor de uno mismo, que las redes estallan con reclamos de atención y de “oversharing“ (sobreexposición), pero son pura apariencia; leer a Annie Ernaux es todo lo contrario: fisgoneamos una verdad despellejada. En las redes, en cambio, desplegamos construcciones mentirosas de nosotros mismos: subimos autorretratos (“selfies”) con filtros, y día tras día divulgamos nuestras supuestas experiencias, adonde estamos y con quién, a otros que hacen lo mismo. Medimos nuestra popularidad con seguidores y likes, como madrastras de Blancanieves: espejito, espejito, miénteme por favor. Somos exhibicionistas de una autenticidad construida; es que sin “visibilidad”, no existimos. La antípoda de Annie Ernaux: espejo sincero.

“Me pregunto si no escribo para saber si los demás no han hecho o experimentado cosas idénticas, o al contrario, para que les parezca normal experimentarlas” , dice Annie Ernaux en el final de Pura Pasión.  Sí, Ernaux, nos fascina acompañarte en tu dolor de la espera y sobre todo, por lo consciente que sos de ese dolor.

 

Annie Ernaux, nació en Lillebonne (Normandía, Francia), en 1940. Sus padres eran almaceneros y en el almacén tenían un café. Se mudó a Rouen para cursar estudios universitarios de Literatura. Es autora de: “Los armarios vacíos” (1974), “La mujer helada” (1981), “No he salido de mi noche” (1997), “Perderse” (2001), “El acontecimiento” (2001), “El uso de la foto” (2005), “Los años” (2008) y “Memoria de chica” (2016).

Es abanderada del feminismo.

 

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