Querido papá:
Ya van dos semanas desde que te moriste y todavía sigo sin aceptar. Me gustaría creer en el cielo o en la energía, esas fes que otorgan el consuelo del reencuentro o de la continuidad. Como no consigo, (aunque me gustaría tanto), aferrarme a esos credos, sé que no te escribo a vos, aunque te dirija esta carta.
Me hubiese gustado darte alguna vez un abrazo. No eras una persona afectuosa, corporal. Mamá decía que por tu crianza fría, desafectada. Tus nietos nos enseñaron que podíamos pegarnos debajo de tu hombro y pasar un brazo alrededor de tu cintura, y no nos rechazarías. Algunas veces me animé y fue muy lindo a pesar de los nervios.
Fue horrible ver a un Dorian Gray como vos, con la cara deformada por la máscara de oxígeno, aspirando con desesperación en busca de partículas de aire. Dos días antes nos dijeron que tu corazón ya no iba a poder bombear más, pero lo mismo era imposible que fueras a morir. Tu última noche, Ina y yo fuimos a pasarla con vos a terapia intensiva. Los enfermeros y enfermeras nos permitieron tirarnos en el suelo y acompañarte. Llamar al médico de guardia cuando nos parecía que sufrías, para que te de más morfina. Queríamos estar con vos tus últimos minutos y asegurarnos de que no sufrieras. Cuando el monitor al lado de tu cama mostró que tu corazón empezaba a detener sus latidos, me salió del alma abrazarte y decirte: papucho, papucho querido, sos el papá más lindo, fuerza papá, te quiero, te quiero tanto, nunca hubo un papá más lindo.
Esta carta es para agradecerte:
Gracias por no oponerte a las decisiones que fui tomando, que casi nunca aprobaste. A una cierta distancia, me apoyaste en todas, más con desconcierto que con censura.
Gracias por enseñarme a nadar. A que el contacto con el agua sea como el de una rana, las manos como ventosas, los brazos y las piernas en una sincronización armónica.
Gracias por enseñarme a manejar. ¡A los 12! Acaso me mostrabas cómo ser independiente. A conducir mi vida. A acelerar en las curvas. A frenar con rebaje.
Gracias por mandarme a hacer las camisas especiales con el sastre de «Casa Arteta»; de cuello más angosto y mangas más largas.
Gracias por el fichero de madera balsa que me hiciste con tus manos.
Gracias por venir a sacarme fotos cuando corría.
Gracias por venir, un miércoles por la media tarde, a escuchar mi defensa de tesis en Puán.
Gracias por hacerme sentir que era especial para vos.
Y también por el sacacorchos. Va a ser mi tesoro.