Ediciones Del Dragón 2007
Ninguno de los personajes de Chicas bien está cómodo en su vida, si bien no saben por qué ni se hacen ilusiones. Sólo tienen una vaga ansiedad y la sensación de que algo falta, de que algo no está bien, de que en alguna parte, la vida los ha decepcionado. El estilo llano y despojado de la escritura acompaña como un traje a la idiosincrasia de los personajes. El traje que Inés Arteta ha cortado para contar estas historias, corresponde absolutamente a las medidas de la gente que vive dentro de su escritura, un lenguaje nada afectado, sino por el contrario tan natural que nos parece estarlo escuchando en vez de leyendo. Un traje por cierto bien estrecho, que no les permite piruetas y que los confina a las medidas prefijadas. Un traje que ya tiene las medidas del futuro ataúd. La vida se les escurre entre las manos a estas mujeres y hombres que están siempre un paso atrás de lo que podría cambiarles su circunstancia, pero no pueden evadir su destino de una vida que ha perdido sentido. A estas mujeres no se les ocurriría, tampoco, como a Fausto en su último momento, decir “detente, eres tan bello”, sino que dicen “detente, soy tan bella todavía” y porque hay algo en ellas de cuento de hadas, de madrastra de Blanca Nieves, mirándose en el espejito y preguntándole quién es la más bella. Porque la belleza no está en la vida sino en sus caras estiradas, llenas de botox. Están solas, abandonan o son abandonadas, pero todo lo hacen como si fueran funciones de la especie en general, no como individuos. No hay más belleza que la que el espejo devuelve. En estos cuentos, se hablan a sí mismas, pero ellas también hace tiempo que han dejado de escucharse. Su contraparte, los hombres que comparten su vida, las usan, las traicionan, las dejan, sin que se les haya ocurrido a ellas dejarlos antes. Las chicas bien habitan en medio de un gran desamparo por lo que éste es un libro desalentador. Sus personajes no tienen escapatoria, por debajo si bien no está expresada, corre una profunda tristeza, más punzante aún, porque sus personajes ni siquiera pueden experimentarla. Inés Arteta las ha pescado en todas sus trampas y las ha expuesto en toda su desnudez, con un lenguaje desnudo. Marcela Solá