Cuentas pendientes de Vivian Gornick

El nombre de Vivian Gornick se asocia rápidamente al ensayo personal, un terreno en el que se mueve con solvencia, y además con el activismo feminista, al que le ha dedicado muchos de sus títulos. En Cuentas pendientes, repasa y evalúa las lecturas que la formaron, hace también crítica literaria pero, más que nada, reflexiona sobre la lectura como medio de autoconocimiento. En diez capítulos y una introducción, comenta los libros que la marcaron, como Hijos y amantes, de D. H. Lawrence, novela a la que volvió cuatro veces a lo largo de su vida, y en cada una de esas oportunidades, ante su sorpresa, notó que no sólo se identificaba con un personaje distinto, sino que tuvo la sensación de que se trataba de un libro nuevo. El libro seguía siendo el mismo, de modo que era ella la que había cambiado. Cada relectura la ayudó a ajustar su autopercepción, una cuestión esencial en toda su obra.

Cuentas pendientes pondera el valor de la relectura como una vía para el autoconocimiento. Volver a un título que leímos en la juventud nos expone al vértigo de encontrarnos con los subrayados y anotaciones anteriores, que, como a Gornick, nos revelan que en cada etapa la experiencia lectora cambia, nuestro punto de vista también y así es posible hallar otros sentidos y empatizar con diferentes personajes. La frase que reitera es “darse cuenta”, porque leer nos ayuda a percibir aspectos desconocidos de nosotros mismos. Gornick se percata, por ejemplo, de que sólo la experiencia de vida nos permite acceder a la profundidad de algunos textos; también, de la predisposición emocional del lector para la conexión exitosa con un libro. Por ejemplo, en su juventud, sintió a Colette como una maestra de la vida erótica de la mujer y del erotismo como fuerza liberadora. Muchos años más tarde, advirtió algo más: la perniciosa identificación del deseo con el Amor con mayúscula, y el deseo como causante de alienación.

Lo que Vivian Gornick hace es colocarse ella misma como espejo, como ejemplo, y a la vez símbolo de lo que quiere expresar. Hay que recordar que empezó a escribir periodismo del yo en el The Village Voice en los 70, cuando cubría las movilizaciones de la segunda ola del feminismo y se sintió interpelada por esas mujeres. Escribió desde la óptica de ese movimiento y se anticipó a la autorreferencialidad literaria, hoy tan en boga. También, a la narración de las historias personales para denunciar problemas sociales como lo hicieron, tiempo después, las nuevas feministas del #MeToo o #NiUnaMenos.

Cuenta Gornick que el recurso de la primera persona lo aprendió de Natalia Ginzburg, que en los textos de la escritora italiana detectó la posibilidad de hablar desde un narrador no interpuesto por otro, de ficción. Experta en escribir desde lo que ha vivido, en Cuentas pendientes se observa como lectora con la misma voz narradora de sus títulos anteriores (Apegos feroces, La mujer singular y Mirarse de frente, de los 80 y 90, los únicos traducidos al español): íntima, franca, profunda y sin concesiones.Explora su experiencia de autoconocimiento al leer a Marguerite Duras, Elizabeth Bowen, J.L. Carr, Pat Baker, Doris Lessing y Thomas Hardy, y a los escritores judíos norteamericanos. En el último caso, se pregunta por qué, siendo hija de inmigrantes judíos, no se ubicó en ese contexto. Y se responde que la razón fue que ella no había sido preparada para la integración a la sociedad estadounidense como los varones, sino para casarse y esperar en casa al marido, aliviarle la angustia, ser comprensiva con su fracaso y animarlo en la necesidad de asimilarse a esa nueva cultura. Por lo que estaba claro que su identidad de inmigrante judía “no era nada en comparación con el estigma de haber nacido en el sexo equivocado”. En cambio el feminismo fue el espacio adecuado para reconocer su identidad.

En el mismo capítulo reflexiona sobre la conclusión de la sufragista del siglo XIX Elizabeth Cady Stanton (a quien estudió en The solitude of the self): la soledad existencial es intrínseca al ser humano, tanto a hombres como mujeres, sólo que el patriarcado desvalida a la mujer al pretender protegerla mientras que entrena al varón para conquistar el mundo. Ningún texto de un autor judío estadounidense le dio a Gornick una sensación de sí misma tan penetrante como ese.

Algo se puede afirmar sin temor a la equivocación: leer a Vivian Gornick es siempre un deleite. Sus observaciones, escritas en prosa directa y simple y traducidas de modo impecable por Julia Osuna Aguilar, nos incitan a reflexionar sobre diversos aspectos de nuestras vidas, incluso sobre nuestras ideas. Y, sobre todo, a sopesar la importancia de la relectura; si la lectura ilumina nuestra vida, volver a los mismos textos, revisitarlos años después, los coloca a la luz de un reflector diferente, porque a lo conocido le sumamos maduración y vivencias intransferibles.

 

Publicado en Revista El Diletante, 8 junio, 2022

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