Michel de Montaigne acuñó el término essai en el siglo XVI, desde ese momento, el ensayo tiene como objetivo explorar un tema a partir de la opinión del autor o autora. El género siempre se trata de un texto subjetivo y, sin embargo, cuando se habla de Vivian Gornick, suele decirse que escribe ensayos “personales”. Sucede que la experiencia de lectura se siente íntima, porque sus opiniones surgen de la propia experiencia. Gornick no sólo expresa ideas personales, sino que también muestra el recorrido por el que llegó a ellas sin temor a contarnos nada de lo que observa. Describe sus conflictos y fracasos –tanto en su trabajo, como en el amor– con absoluta sinceridad, como si diseccionara su mente y su alma, compartiendo sus hallazgos, usando su propia vida como laboratorio de experimentación.
En Apegos feroces (1987 en inglés, 2017 en castellano) Vivian Gornick se refiere a la construcción de su identidad como mujer, confrontándola generacionalmente con la de su madre, mientras las dos conversan y caminan por las calles neoyorkinas. Mirarse de frente (1996/ 2020) es una antología de siete ensayos sobre la conexión entre las personas y el aprendizaje de la soledad, también a partir de lo que le sucedió a ella. En Cuentas pendientes (2020/2022)hace crítica literaria, pero, más que nada, reflexiona sobre la lectura (o más bien la relectura) como medio de autoconocimiento. Mientras repasa los libros que la formaron, se coloca a sí misma como espejo y a la vez símbolo de lo que sucede cuando leemos.
El recurso de usar como punto de partida la propia experiencia atraviesa toda su obra. Incluso las biografías de Elizabeth Cady Stanton y Emma Goldman, –que se encuentran inéditas en idioma español. El fin de la novela de amor (1997/2022) continúa con el uso del “yo narrativo” para decir que el amor ha dejado de ser metáfora de transformación. En El fin retoma la obra y vida de autores del siglo XX que escribieron sobre el amor (o lo vivieron) como una vía de autoconocimiento: Henry Adams, Kate Chopin, Virginia Woolf, Edna O’Brien, Willa Cather, Hannah Arendt, Jean Rhys, Grace Paley, Richard Ford, o Raymond Carver. Encuentra que incluso en los cuentos de John Cheever los personajes pagan el alto costo de convertirse en “parias sociales” por romper un matrimonio. Hasta hace pocos años, la respetabilidad burguesa los condenaba. Esa institución fundaba las expectativas sobre las que se organizaba la vida. Pero Roma cayó en una generación: ahora, el amor perdió su poder transformador, quien no está contento con su matrimonio no tiene más que divorciarse y la vida continúa sin problema. La persona que está molesta no necesita tirar todo por la borda para saber qué le pasa, puede recurrir a terapia y analizarse. Entonces, una novela como La edad del desconsuelo (1987) de Jane Smiley, –que trata sobre una infidelidad matrimonial– es, para Gornick, una escritura sentimentalista y conservadora: la mujer infiel no va a conocerse a sí misma con su amante, ni el amor va a salvarla.
El mundo ha cambiado. Esa mujer que renueva el esposo hace algo permitido, banal, y en seis meses va a estar en el mismo lugar desde el que partió, con un hombre muy parecido al que desechó. A nosotros como lectores, esa lectura no va a revelarnos nada sobre nosotros mismos, que es lo que, para Gornick, buscamos en la ficción.
El amor es, por lo tanto, un acto de nostalgia. Nos sentimos solos, tanto en la vida, como en la literatura, y esta necesita una nueva metáfora con el mismo poder de transformación que solía tener el amor. Si hoy en día pusiéramos el amor romántico en el centro de una novela, ¿quién iba a creer que en su búsqueda los personajes van a alcanzar algo grande?
Está claro que para Vivian Gornick, el amor nunca ha sido el camino a la plenitud. Se desprende en The solitude of the self que para ella es un paliativo a la soledad existencial y que en El fin de la novela de amor ya no revela nada a los lectores. La pregunta que nos genera es qué lo remplaza hoy, qué tiene la misma función de metáfora de transformación.
Gornick escribe con un estilo potente y preciso que la traducción de Julia Osuna Aguilar transmite con nitidez. Persuade por el poder de su lenguaje que, con pocas palabras extraordinariamente elegidas, equilibra el conocimiento objetivo con la experiencia subjetiva. Tiene esa extraña capacidad de los grandes autores de llevarnos hacia ideas que, apenas las leemos, sentimos que ya habitaban un rincón de nuestras mentes; sólo hacía falta enunciarlas.
1 de febrero, 2023