Con claras notas autobiográficas, Lucy narra las experiencias de una joven de Antigua que, como la propia Jamaica Kincaid, llega a la ciudad de Nueva York a trabajar como niñera. Podría considerarse la continuación de otra novela de Kincaid, Annie John, en la que la protagonista es también una niña nacida en Antigua muy apegada a su madre que parte hacia Gran Bretaña para estudiar enfermería.
En Lucy, la iniciación implica el deseo de alcanzar la adultez en una tierra extraña: en Nueva York, deberá ocuparse de las cuatro hijas de Mariah, una mujer joven que repite el modelo de su madre: por amor a un hombre, lleva una vida matrimonial opresiva, en la que él trabaja y ella cuida del hogar y de los hijos, un modelo viejo, una trampa colosal para cualquier mujer de las últimas décadas. Justamente, lo que Lucy necesita es separarse de su madre, para quien fue hija única y mantuvo un vínculo simbiótico hasta los nueve años, cuando nacieron sus hermanos varones. Tan determinada está de cortar el cordón con ella, que ni siquiera abre las cartas que le envía, incluida una con la inscripción de “urgente”.
En ese camino, además de definir el vínculo con su madre y su tierra natal, Lucy tendrá también que definir su relación con Mariah, a la que adora, e ir conociéndose a sí misma. Quizás Lucy siempre haya sabido quién es y qué quiere de la vida, pero el enojo con su madre la confundía y necesitaba imponer una distancia física. De modo que para ella, amar a un hombre implica depender de él, tal como su madre vivió atada a su padre o Mariah a su esposo, que un día deja de quererla, la abandona y queda absolutamente vacía.
La dependencia y la dominación son las obsesiones de Jamaica Kincaid. Algunos críticos opinan que su escritura supura rabia, el resentimiento del oprimido que debe imponerse en un mundo adverso, organizado desde las ventajas de la dominación: conquistadores sobre conquistados, esposos sobre esposas, y las madres, las grandes cómplices de ese sistema verticalista, que someten a sus hijas al viejo esquema patriarcal del que ellas mismas han sido víctimas. En todo caso, lo más fascinante de leer a Kincaid, es justamente su voz: bella, potente y al mismo tiempo, implacable. La rabia trasmuta en una poderosa capacidad de observación, que en esta novela disfrutamos a través de lo que Lucy registra y señala: que el pelo rubio y los ojos celestes nos parecen hermosos y que así se ven los vencedores; que en los Estados Unidos (país dominador) los que tienen la piel del color de Lucy trabajan para los que tienen la piel blanca y que, además, son estos los que imponen la moda, aún a los vencidos, que sueñan con parecerse a ellos. Que los que tienen modales en la mesa son los responsables de la mayor miseria del mundo; que la gente próspera (y por ende, feliz) habita los lugares de la Tierra donde no hace calor todo el año sino que gozan de un tiempo dividido en cuatro estaciones. También, que se puede ser infeliz aun teniendo todas las cosas materiales que uno desee. Para Lucy, los “educados” no pueden decir lo que piensan ni son capaces de notar la relación entre su preocupación por el medio ambiente y su alto nivel de vida.
Esa rabia también está dirigida a su madre, por la actitud de haber soñado grandes carreras para sus hijos varones y enfermería para ella. De lo cual se desprende otro gran tema, que es el mismo que desarrolla en su libro de no ficción Un pequeño lugar (1988), publicado dos años antes, donde describe el efecto devastador de la conquista británica en Antigua y su legado de racismo, corrupción, pobreza e ignorancia. La colonización es el prisma con el que Kincaid examina la dupla dependencia-dominación, como sucede en Autobiografía de mi madre (1996), también publicada por La Parte Maldita y con hermosa traducción de Inés Garland.
Sin duda, Kincaid es una escritora extraordinaria y Lucy, una gran novela, narrada en primera persona por su implacable protagonista, que elige las frases cortas y simples, y los abruptos comienzos y finales de capítulos, para enfatizar el deseo de autonomía. Hay afirmaciones que conmueven por el modo franco con el que se expresa la narradora, que trenza los hechos del presente con los del pasado en Antigua, todo ello a través de un discurso marcado por la parquedad y la inclemencia.
Lucy
Jamaica Kincaid
La Parte Maldita
Traducción de Inés Garland
133 págs.
8 de mayo, 2022. Reseña publicada en Revista El Diletante