En uno de los caminos de una aldea rural ugandesa, una familia y sus vecinos esperan la llegada de los soldados de Idi Amin. Es 1979, el fin de la era del famoso dictador y, si bien las noticias son escasas, los pobladores de esa aldea han oído que los soldados de Amin, sin nada que perder porque su líder ha caído, saquean, violan y asesinan a su paso. Huyen hacia el norte perseguidos desde la frontera suroeste por los “liberadores”, una fuerza combinada de ugandeses exiliados y soldados de Tanzania.
Esa familia también está al tanto de que los habitantes de la ciudad cercana han escapado por el terror que les infunden tanto los que huyen como sus perseguidores, y que lo hicieron al enterarse de que la ciudad de Hoima fue saqueada después de asesinar a sus habitantes en plena noche. Iglesias, hospitales, escuelas, bancos y comisarías han cerrado y la población ha retrocedido a las aldeas, donde la espera es pura incertidumbre. La familia cava un pozo para esconder sus pertenencias de valor, pasa las noches oculta en la plantación de bananas y está lista para escapar de un momento a otro. Solo que la abuela es muy anciana y la madre está a punto de dar a luz. Sin hospitales y ante la dificultad de conseguir una partera, la inminente llegada de un bebé aumenta la expectación y el temor.
La historia está narrada por Alinda, que a sus trece años no entiende del todo lo que ocurre. Su hermano mayor vigila, su hermana menor cree que se trata de un juego y la abuela acepta las circunstancias con estoicismo. Son cristianos pero el tío, que forma parte del grupo familiar y se había convertido al Islam unos años antes para obtener beneficios del régimen de Amin, terminó en la miseria y debió volver a su aldea y al cristianismo. Entre los vecinos de esta familia, está la “mujer lendu” (de Zaire) y otra mujer que regresó a la aldea después de que sus suegros la echaran porque sus hijos habían nacido con anomalías y le atribuían a ella la responsabilidad de sus dolencias.
Finalmente, los soldados llegan y encuentran a la familia escondida en el bosque, excepto a la madre, que está pariendo con la asistencia de Alinda. La abuela enfrenta a los soldados con la valentía que solo manifiesta quien está muy próximo a la sabiduría de la naturaleza. El grupo familiar se va adaptando a las tragedias que se suceden ─algunas impensadas─, los soldados siguen su camino al norte y las cosas mejoran cuando llegan “los liberadores”, que se comportan relativamente bien y hasta logran convivir y fraternizar con ellos.
La novela es potente porque la historia lo es y nos muestra a los personajes cara a cara frente a la muerte sin desesperar ni lamentarse. La familia atenúa el miedo con tareas domésticas mientras atraviesa ese tiempo de incertidumbre y tragedia. Sufren por lo que ocurre pero se adecuan y continúan viviendo con dignidad; alguien ocupa el lugar del que ya no está y las necesidades y los deseos humanos se siguen satisfaciendo en ese escenario de zozobra. Alinda debe asumir el rol de adulta, y aunque se quiebra psíquicamente, después de un tiempo se recompone. Unos a otros se apoyan como una comunidad, acaso porque se impone la voluntad de integración y aceptación del pueblo de Uganda, aún con su larga historia de dictaduras y violencia.
La fuerza del relato reside en que es capaz de acercarnos a una manera de vivir muy distinta a la conocida por los lectores occidentales. También, por los efectivos silencios en los momentos más álgidos. La autora recurre a la tradición oral y la perspectiva ingenua de la narradora se entremezcla con proverbios, mitos y leyendas pasadas, sostenidos por las mujeres de generación en generación. Nos muestra la sospecha que generan la diferencias étnicas y las de lenguaje en un país que fue un protectorado inglés desde 1894, no obtuvo su independencia hasta 1962 y que, desde entonces, no solo sufrió los ocho años de dictadura militar de Idi Amin sino que, después de liberarse de él, continuó soportando regímenes todavía más brutales.
La novela trata sobre los efectos devastadores de la guerra en Uganda y la resiliencia de los ugandeses que buscan, pese a todo, la paz. Por ello, su mirada final es esperanzadora. Goretti Kyomuhendo escribe en inglés y esta es su cuarta novela, que contó con el auspicio de FEMRITE, la Asociación de Escritoras de Uganda, creada para incentivar y fomentar a autoras ugandesas (hasta 1985, solo tres habían publicado ficción) y que coordina la propia Kyomuhendo.
La edición de Selva Canela cuenta con palabras finales de M. J. Daymond, de la Universidad de KwaZulu-Natal, Durban, sobre la autora y la labor de FEMRITE, y explica, además, detalles sobre la sabiduría tradicional ugandesa que ayudan a comprender la razón por la cual los adultos de la familia no tienen nombre, además de aspectos más generales de la historia de Uganda y sus divisiones étnicas. La traducción de la escritora y traductora Margara Averbach es correcta y ajustada.
La espera
Goretti Kyomuhendo
Traducción de Margara Averbach
Selva Canela, 2022
171 páginas.