Lluvia y viento sobre Télumée Milagro, de Simone Schwartz-Bart

La protagonista de esta novela, Télumée Lougandor, afrodescendiente como su autora, vive en Guadalupe, un archipiélago del mar Caribe. El país fue colonia francesa dedicada primero al tabaco y después a la caña de azúcar, que en el siglo XVII recurrió a la inmigración masiva y forzosa de africanos. El país depende muchas veces del corazón del hombre: es diminuto si el corazón es pequeño y enorme si el corazón es grande, dice Télumée. Ella busca en el espejo que es su país la identidad que la define y procura comprender cuál es “su lugar en la tierra”, Para ello se remonta en el árbol familiar hasta su bisabuela, que vivió la abolición de la esclavitud. Pero donde hace foco es en su abuela, la Reina Sin Nombre, una mujer que considera mítica y con quien vivió desde los diez años.

La novela es una saga familiar de mujeres fuertes que hacen lo posible por conservar la alegría a pesar de la humillación, el dolor y el desamparo causados por su condición. Los exesclavos sufren racismo y pobreza extrema; su única perspectiva es aceptar la continuación de la esclavitud: realizan el trabajo en el cañaveral bajo el azote del sol y padecen los vapores asfixiantes de las cañas cuyas espinas, además, les cuartean las manos. Por si ello fuera poco, las mujeres sufren violencia conyugal.

La historia que narra Télumée es de iniciación y aprendizaje. Ella asimila la sabiduría ancestral de su abuela, un ser capaz de transformar la realidad y de encontrar belleza en la vida a pesar del dolor. No importa lo grande que sea el mal, el hombre debe hacerse aún más grande, aunque tenga que calzarse zancos, le enseña su abuela.

La novela fue escrita en francés pero evoca el mundo rural, antillano y negro. El punto de vista es el de una anciana, Télumée, con escasa educación escolar, que vivió su vida entera en una de las islas del archipiélago. Quizás la cercanía de su autora, Simone Schwarz-Bart, a esa cultura, le haya permitido contar la historia desde adentro, y que la música del texto sea la que nos sumerge en el paisaje de esa pequeña isla: la vegetación exuberante, los animales exóticos, el canto de las aves, el sol abrasador, junto a los antiguos rituales y los relatos de los nativos que crean una atmósfera densa y poética, la de una tradición apegada a la tierra. La tierra y la lengua determinan la identidad de ese mundo; el tejido comunal anuda las individualidades y fortalece la solidaridad entre las mujeres. Esa cultura está completamente ligada a la naturaleza y es esta la que ayuda a Télumée a huir del peligro: se convierte en piedra en el fondo del agua para evitar los comentarios racistas de su patrona blanca, viento para enfrentar las ráfagas de su marido violento, burbujas que suben al cielo para escapar del sufrimiento en la Tierra.

Simone Schwarz-Bart da voz a personajes excluidos que carecen de libros de historia y de literatura que hurguen en su identidad y hagan conocer su cultura. Ellos –o más bien, ellas– lo hacen por medio de adagios y relatos transmitidos de generación en generación. La novela captura la esencia de la experiencia créole y la ficcionaliza con una belleza y coherencia estilística fascinantes, con un tono acaso proverbial, y de ese modo la trama fluye con serenidad, potencia y compasión. La vida de Télumée es la vida del país, la de sus habitantes, a quienes, como legado de la esclavitud, se les escurre la dignidad porque sienten que un blanco es blanco y rosa; el buen Dios es blanco y rosa, y donde está un blanco es donde está la luz. Así, terminan por quedarse sin aliento frente a la ‘negrura’ de su alma y no saben cómo hacer para que Dios los mire ‘algún día sin asco’. Pierden el aliento porque el único trabajo posible es la recolección temporaria y brutal de la caña. Y si intentan protestar porque el pago se retrasa respecto del aumento de las necesidades básicas, mueren asesinados por los guardias de la fábrica y el crimen queda impune, como si nunca hubiese sucedido.

Más allá de la narración personal, la novela aborda la problemática de la esclavitud y su nuevo disfraz de pobreza extrema y alienación de los descendientes de los esclavos, que siguen padeciendo el racismo y la misma explotación de parte de los blancos franceses, tan impiadosos como sus antecesores, los que fueran dueños de la vida de los trabajadores de sus plantaciones. A la vez, es una historia matriarcal sobre el poder de las mujeres. Incluso feminista, aunque fue escrita mucho antes de los movimientos feministas: en un momento, Télumée se planta y enfrenta al hombre blanco listo para violarla por su derecho de patrón. Después, ella siente que ese acto ha sido una “victoria de mujer”, y cuando vuelve a preguntarse por su lugar en la tierra, también lo hace sobre su lugar como mujer. La conexión de las mujeres con la tierra es profundamente simbólica en Lluvia y viento. Y las imágenes poéticas de la naturaleza simbolizan los desafíos que asume la protagonista, representados en el título. Con la ayuda de las fuerzas naturales y las enseñanzas de su abuela, Télumée logra, ante cada embate, resurgir de las cenizas y convertirse en pilar de su comunidad, que por ello la bautiza “Télumée Milagro”.

La novela, que cuenta con la impecable traducción y el prólogo de Claudia Ramón Schwartzman, es lírica, serena y esperanzadora: el mal es atenuado por el bien; el sufrimiento, por el gozo; la desesperación, por la resistencia.

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